Con motivo de la recién llegada «Madre e hija», dedicamos esta entrada a ensalzar la figura de Anselmo Miguel Nieto y algunas de sus obras que han pasado por nuestra galería.
Óleo sobre lienzo «Madre e hija», 1920 y el pintor con la obra
Anselmo Miguel Nieto (Valladolid, 1881 – Madrid, 1964) inició su formación como artista en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y allí conoció a Aurelio Arteta, pintor con el que labró una amistad que se mantuvo durante toda su vida. Años después, hacia 1900, se trasladó a Madrid, para poder estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, entonces dirigida por José Martí y Monsó, y asistir a las clases del Círculo de Bellas Artes. Al ser consciente de su gran potencial, la Diputación de Valladolid le animó a viajar y estudiar primero en Roma y posteriormente en París, donde se dejó influir por las escenas de la vida parisina. Fue en la capital francesa donde obtuvo su primer gran triunfo.
Al regresar a España, escogió Madrid como ciudad en la que asentarse e iniciar su carrera artística. Dedicó su vida y su obra a retratar a bellas mujeres. Su fama aumentó al conseguir en el año 1910 la primera medalla de la IV Exposición Internacional de Barcelona por su obra La dama de rosa, un retrato modernista. Tan solo dos años después celebró su primera exposición en solitario en Madrid, en el salón de “La Tribuna”, la cual gozó de un gran éxito. En estos años se convirtió también en un habitual de la célebre tertulia que se realizaba en el Nuevo Café de Levante, dirigida por Valle-Inclán y Ricardo Baroja.
Óleo sobre lienzo «Desnudo»
En 1922 viajó a Argentina junto con Julio Romero de Torres, otro reconocidísimo pintor español, más dedicado a la pintura regionalista. Tras su nuevo éxito allí, regresó de nuevo a España, donde alternó estancias entre Madrid e Ibiza. Durante las décadas de 1930 y 1940 volvió a Argentina, pasó por Chile… donde tuvo una intensa actividad.
Durante sus últimos años tuvo que vivir cómo su pintura se quedó desfasada y un tanto olvidada por el nuevo panorama artístico, algo que, sumado a que su vista no dejaba de empeorar, hizo que apenas pudiese seguir trabajando.
Finalmente, murió en Madrid en 1964 y, a pesar de que durante su época sí llegó a alcanzar una gran resonancia, incluso a nivel internacional, en general el arte español no le ha dado el lugar que realmente se merece. Un pintor muy injustamente olvidado, pues su arte llegó en un momento en el que la modernidad irrumpió en el panorama artístico, dejando a un lado el arte más académico. Coincidió también con la implantación de la dictadura en nuestro país, con las consecuencias que esto supuso para el arte.
Obra e influencias
De entre su enorme producción destacan los muchos retratos que dedicó a escritores y amigos, especialmente a su amigo y mentor, Ramón María del Valle-Inclán, además de a la aristocracia de la época; pero, sin duda, las absolutas protagonistas de su obra son las mujeres. Se denominaba a sí mismo “pintor de la mujer”.
Óleo sobre lienzo «Desnudo femenino», 1913
Concretamente, el gran logro de su carrera es el tema del desnudo femenino, género en el que destaca como uno de los más sugestivos intérpretes de la pintura española. Inspirándose en los más destacados desnudos femeninos de la historia de la pintura, aporta a sus obras un magistral estilo personal, cargado de sensualidad y simbolismo.
Como ya hemos adelantado, participó también en el modernismo español, movimiento que se desarrolló en Cataluña y afectó a la literatura y a las artes plásticas. Una de las características de dicho grupo fue la de pintar y dedicar poemas a bellas y populares bailarinas, actrices de teatro… de vanguardia, como Pastora Imperio o Mata Hari, en alabanza a su arte. Aunque sí participó del modernismo, rechazaba las nuevas corrientes de vanguardia, como mostraban sus continuos reproches a Pablo Picasso, al que reconocía como un gran pintor pero cuyo arte no comprendía.
Aunque el foco del modernismo en nuestro país se ubicó en Cataluña, también se desarrolló en otras partes del territorio. Anselmo Miguel Nieto, asentado en Madrid, fue uno de sus mejores representantes. El modernismo perseguía “el arte por el arte”, rechazando cualquier preocupación sociológica, la denuncia social, muy de moda a finales del siglo XIX como consecuencia del ambiente pesimista provocado por la crisis del 98.
No obstante, el pintor cultivó una pintura esteticista, de matiz simbolista, que buscaba su inspiración en la literatura modernista de la época. El fin último de su obra era la belleza, la eterna belleza. Huía de la vulgaridad, buscando continuamente reflejar un mundo exquisito, elegante y refinado, inspirado en la literatura (lo que ha hecho que su pintura se conozca como “literaria”), las sensaciones, la poesía, la danza, lo espiritual… Buscaba con su pintura mostrar el alma de las cosas.
Ya el Simbolismo volvió la vista al pasado para buscar su inspiración en el italianismo y el prerrafaelismo inglés, con sus poéticas evocaciones de un mundo de ensueño, representado por jóvenes de rostros delicados, a veces algo misteriosas, ensimismadas.
Desde aquí pensamos que el artista logró su fin, que las mujeres de sus retratos permaneciesen bellas. La eterna belleza. A continuación, un par de citas del artista que resumen a la perfección todo lo expuesto:
“Yo me considero un pintor de la mujer. Campesina o poblana, plebeya o aristocrática, la mujer joven y hermosa, es el motivo del arte preferente para mí. Ella encierra todos los problemas plásticos, de forma, dibujo y color… Sin olvidar su poesía”.
“En las mujeres hay otra elegancia, otra seducción para el pintor. La fantasía vuela mejor ante el retrato femenino”.