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EL BLOG
DE FRAGONARD INTERIORS

Émile-Jacques Ruhlmann fue el diseñador francés más reconocido del periodo Art Déco. Su refinado sentido estético, el uso de materiales lujosos y una impecable construcción sitúan sus muebles al nivel de los mejores exponentes de la ebanistería del siglo XVIII, quienes le sirvieron de inspiración tanto en las formas como en la ornamentación.

A lo largo de su carrera, Ruhlmann se dedicó a crear obras exquisitas que perduraran en el tiempo, definiendo la grandeza del movimiento Art Déco francés en la década de 1920. Sus lujosos muebles —como armarios, asientos y otros artículos decorativos— ganaron considerable popularidad, especialmente en el París posterior a la Primera Guerra Mundial, una ciudad que vio el auge de una nueva clase adinerada.

Nacido en París el 28 de agosto de 1879, Ruhlmann era hijo de un contratista de decoración y pasó su juventud aprendiendo el oficio de su padre, negocio que heredó en 1907 tras el fallecimiento de éste. En 1910, ya casado, diseñó muebles para su propio apartamento, marcando tanto su primer proyecto personal como su debut en exposiciones públicas.

En 1919, fundó una empresa de diseño de interiores junto con Pierre Laurent. La firma se encargaba de crear todo tipo de elementos decorativos, desde papel tapiz hasta alfombras, lámparas y muebles. A lo largo de su carrera, Ruhlmann fue reconocido como un hábil ensemblier, término que designa a un diseñador que no solo fabrica muebles, sino que también crea todos los elementos que componen un espacio, desde pomos de puerta hasta sofás. Esta práctica aseguraba que cada espacio fuera armonioso y coherente con su visión, lo que contribuyó al éxito duradero de sus diseños.

Aunque sus primeros trabajos estuvieron influenciados por los movimientos Arts and Crafts y Art Nouveau, Ruhlmann es principalmente conocido por la modernidad de sus diseños Art Déco, que reflejaban la naturaleza festiva de la época. Sus creaciones integraban florituras opulentas, materiales lujosos y técnicas de construcción y artesanía sumamente refinadas. Con el tiempo, su estilo evolucionó hacia un diseño más funcional, moderno e incluso modular. 

Al observar las piezas de Ruhlmann, es evidente su cuidado por la veta de la madera. Sus maderas favoritas, como el ébano de Macassar y la Amboyna Burl, creaban patrones sutiles que complementaban la forma de los muebles, permitiendo que los detalles del diseño fueran los protagonistas sin que la madera acaparara la atención. Entre sus piezas más destacadas se encuentran muebles elaborados con maderas raras, como el palo rosa de Brasil y el ébano de Macassar, frecuentemente adornados con marfil o carey. En una entrevista de 1920, Ruhlmann explicó su postura sobre el diseño y la moda, afirmando que “solo los muy ricos pueden pagar lo nuevo y ponerlo de moda”. Para él, un estilo no era más que una moda, que no surgía de orígenes humildes, sino de la necesidad de mostrar riqueza.

Una de sus principales influencias fue el diseño clásico del siglo XVIII, que Ruhlmann reinterpretó en lo que llamó sus “piezas preciosas”. Estas creaciones, que fueron predominantes entre 1918 y 1925, se caracterizaban por el uso de maderas raras y formas simples, adornadas con marfil. Esta combinación aportaba una elegancia atemporal, con detalles suaves y curvados que daban a las piezas una sensación de equilibrio y perfección.

Contrario a lo que se cree, Ruhlmann no tenía estudios formales en torno a la fabricación de muebles ni trabajaba personalmente en el taller. De hecho, hasta 1923, todos sus trabajos se producían en talleres externos. Ese año, decidió abrir su propio taller de ebanistería, que en 1927 se había expandido considerablemente, con dos locales que empleaban a 27 maestros ebanistas, cuatro rematadores, varios tapiceros y dibujantes. Ruhlmann era un perfeccionista y exigía que cada detalle fuera ejecutado a la perfección, lo que le valió un reconocimiento por su meticulosa atención a la calidad.

A pesar de los elevados costos de sus materiales y mano de obra, Ruhlmann insistía en crear piezas que, a menudo, no eran rentables. En una entrevista, confesó que «cada mueble que entrego me cuesta un 20 o 25 por ciento más de lo que cobré por él». Sin embargo, su fe en el futuro de su trabajo lo llevó a seguir adelante, a pesar de las pérdidas económicas. Su dedicación a la perfección y la innovación produjo piezas únicas que hoy se consideran incomparables en el diseño de mobiliario.

En 1933, al enterarse de que padecía una enfermedad terminal, decidió proteger el legado de su nombre. En su testamento, ordenó que la empresa completara los pedidos pendientes antes de disolverse.

Los muebles de Ruhlmann fueron adquiridos tanto en Francia como en el extranjero para decorar palacios, propiedades políticas y museos, incluidos los muebles de varias salas del Palacio del Elíseo y piezas para el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Hoy en día, su obra forma parte de colecciones permanentes en el Museo Metropolitano de Arte, el Museo de Brooklyn, el Museo Nacional de Diseño Cooper-Hewitt del Instituto Smithsoniano y el Museo de Bellas Artes de Boston, entre otros.

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